Olivença é Nossa

Una Raya incompleta 

La Raya, de la que tanto te he contado en estas Cartas, es mucho más que la frontera de 1214 kilómetros que divide Portugal y España. Es el ADN que comparten centenas de pueblos fronterizos que durante siglos han sido protagonistas de dos versiones antagónicas de una misma historia, la Ibérica. Durante siglos la integridad de la Raya ha estado protegida por fortalezas, torres de menaje y baluartes, que hicieron de nuestra frontera la más antigua e inalterada de Europa desde el siglo XIII
 

(Venga, Portugal pá mí)

Hoy, en esta Unión Europea en la que los pasaportes sobran y las aduanas han quedado como fantasmas inútiles, esta línea imaginaria que nos separa está vigilada por los Ejércitos portugueses y españoles que con sus satélites se encargan, entre otros asuntos, de la manutención, revisión y geolocalización de los 5231 hitos de frontera, los mojones de piedra que señalan y marcan los límites de toda la frontera desde Caminha a Ayamonte. O no.


(Puente Ajuda, tierra de nadie)
 
Y es que en algún punto en el curso del río Guadiana, allá entre el Alentejo y Extremadura, hay 63 Kilómetros de frontera que Portugal se niega a delimitar, en un acto de cabezonería histórica que sólo mi querido país es capaz de protagonizar. Se trata de la fronteriza Olivenza, una preciosa villa que fue portuguesa hasta las invasiones napoleónicas y que España se olvidó de devolvernos tras el Convenio de Viena en 1815. 

 
(Bonita es un rato)

Desde entonces Portugal no reconoce la soberanía de España sobre esta joyita alentejana en tierras extremeñas, generando  una disputa diplomática conocida como la “Cuestión de Olivenza” que ha dado lugar a inflamadas reclamaciones de grupos muy portugueses y muy patrióticos, alguna parafernalia institucional y su inclusión dentro de la lista de contiendas territoriales de la CIA, para espanto de los simpáticos oliventinos, a los que nadie les ha preguntado nada. Qué cosas.
 

Hija de España y nieta de Portugal

Un altar ostentosamente decorado, grandes paneles de azulejos del siglo XVIII y unas magníficas columnas que parecen imitar cuerdas de un barco que navega hacia el cielo, una de las más espectaculares y bien preservadas iglesias del estilo manuelino portugués no está en Portugal, sino en plena dehesa extremeña. Es la imponente Iglesia de la Magalena, que junto a las puertas medievales, la Torre de Menaje o la encantadora puerta del Ayuntamiento hacen de Olivenza uno de los mejores museos al aire libre de arte religioso y militar portugués, primorosamente mimado, encalado y envuelto en un sensual olor a naranjos en flor.
 

(Mi hermana se casó aquí)

Porque aunque lleva 200 años siendo española y sus habitantes estén más que habituados a la monumentalidad de sus torres, ventanas e iglesias, nunca dejará de emocionarme reencontrar en Olivenza el pasado más esplendoroso de mi país, tan bien cuidado como desmesurado para una ciudad tan pequeñita. Pareciera que toda la Historia de Portugal cupiera aquí: las aventuras de los Cruzados durante la Reconquista, la exuberancia del oro de Brasil en los retablos barrocos de las iglesias, las murallas que resistieron a la a Guerra de la Restauración e incluso las cicatrices dejadas por las Invasiones Francesas, época en la que Olivenza pasó a ser española y la custodia del idioma portugués quedó fuera de la vida oficial y de la escuela.
 

(Un poquito de manuelino)

Aquel portugués se fue diluyendo durante dos siglos hasta convertirse en un dialecto suave y reducido a la vida doméstica y rural, el oliventino, del que apenas quedan hablantes, ya que los idiomas no son testigos de piedra de la Historia, sino músculos que si no se ejercitan, se atrofian y mueren. Hoy, gracias al esfuerzo de asociaciones cívicas, los niños de Olivenza pueden aprender portugués en el colegio y desde 2014 los oliventinos tienen derecho a pedir la nacionalidad portuguesa. Para que puedan decir que no sólo son nietos, sino también, hijos de Portugal

Cruzando el río

Al otro lado del río Guadiana, el castillo de Juromenha vigila orgulloso, desde lo alto de su colina, el horizonte español de las tierras oliventinas. Esta aldea minúscula es uno de esos preciosos tesoros que mi Alentejo, todo él sembrado de alcornoques, encinas, iglesias renacentistas, dólmenes prehistóricos, villas medievales y un cielo azul que en invierno calienta el alma. No hay paisaje más bonito que los campos verdes que acompañan las carreteras secundarias alentejanas que terminan siempre en una tasca dónde nunca falta una sopa que nos reconforta del ruido absurdo del mundo allá fuera. No sé cómo lo hago, pero siempre te acabo hablando del Alentejo.


(Aquí todo es mejor)
 
Porque en este pedazo de Raya nada es lo que parece. Tras las puertas de una iglesia blanca y de aspecto humilde es posible encontrarse con uno de los mejores ejemplos del arte decorativo portugués y lo que a lo lejos parecen bloques de piedras dejados al olvido no es otra cosa que el mayor monumento megalítico de la península ibérica.  
 

(Sí, es Monsaraz)

La aparente simplicidad de los pueblos blancos adormecidos en la ribera portuguesa del Guadiana contrasta con la majestuosidad de iglesias que guardan trocitos de la cruz de Cristo, fincas señoriales y conventos agustinos que son memoria de los largos siglos en que las grandes órdenes religiosas y la nobleza eran los señores de los grandes latifundios alentejanos, conformando así el paisaje y el carácter de estas gentes. Quizás por eso Olivenza nos es tan querida, porque mantiene la misma belleza discreta que no deja nunca de sorprendernos. No será nuestra, pero casi. 

Unas casas preciosas de despedida
 
Si te apetece conocer esta zona de la Raya, no dejes de visitar la preciosa aldea de Alandroal. Y quédate a dormir en Casas de Juromenha, una monada absoluta sobre el Guadiana. Y ya que estás, reserva en Vinha da Amada, mi nuevo restaurante favorito.

Y si te has quedado sin libro, la editorial La Umbría y la Solana acaba de publicar Embajada a Calígula de la maravillosa Agustina Bessa-Luis.

Y como no, hoy me despido de ti con Alentejo en la voz, cantada por el querido Antonio Zambujo. Qué bonito es todo esto, de verdad.


 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.
Rita Barata Silvério
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