Gente rica bañándose

El portugués que no quiso ser rey de España  

Érase una vez un rey portugués, muy rubio, muy viajado y muy liberal llamado Luís de Bragança, que en 1870 recibió la invitación para participar en “¿Quién quiere ser el Rey de España?”, el reality más de moda en la Europa del siglo XIX. Tras la expulsión de la corrupta Isabel II de Borbón, el parlamento español se volvió loco buscando por toda Europa un tronista que aguantara la corona de un país dividido y bastante cabreado. Pero nuestro rey Dom Luis I rechazó la corona española y con ello mató definitivamente el Iberismo, la romántica y disparatada esperanza de unir España y Portugal en una única nación. La corona de España, por cierto, se la llevó el pobre Amadeo de Saboya, cuñado de Luís, pero eso ya es parte de una Carta Española.
 

(Luís estaba como un queso)

Incluso para los portugueses, Luís I sigue siendo un rey muy poco conocido. Y es que no es fácil ser el hijo segundón de María II y del brillante Fernando de Sajonia-Coburgo, y mucho menos el hermano pequeño del guapo, listo y empalagoso Pedro V, cuya muerte prematura conmocionó a un país recién salido de una de las pandemias más asesinas de nuestra Historia. Al príncipe Luís el trono le pilló ejerciendo de marinero picaflor, traduciendo a Shakespeare, pintando acuarelas en Nápoles y gozando la vida de influencer, pero con dinero.
 

(Ser rey es agotador)

Sin embargo, su reinado moló muchísimo. El ferrocarril por fin unió Lisboa a Oporto, el primer Código Civil fue publicado, se abolieron la pena de muerte y la esclavitud y la nueva moda europea de pasar el verano junto al mar llegó a Portugal. La Familia Real instaló en Cascais su residencia de verano, convirtiendo a esa pequeña ciudad a 30 kilómetros de Lisboa en el epicentro de la jet set lusitana. Banqueros, industriales y comerciantes adinerados construyeron palacetes ostentosos, levantaron hoteles y financiaron casinos y no ha habido república, dictadura, guerra mundial, proceso revolucionario o especulación inmobiliaria que haya sido capaz de acabar con el aura aristocrático, noble y poderoso de Cascais, uno de los lugares más bonitos, y caros, de Portugal.

El bidé de las Marquesas

Inspirados por los primeros chapuzones reales en Cascais, terratenientes y miembros de la burguesía de provincias se inventaron sus propios destinos estivales en pintorescos pueblecitos pesqueros a lo largo de la costa de Portugal, a los que se mudaban con la casa a cuestas de junio a octubre, creando una especie de microclima social que aún hoy sobrevive.
 

(Tardes locas de verano en Figueira)

Los preciosos chalets de Granja, los hoteles modernistas de Praia das Maçãs, el arenal interminable de Figueira da Foz o las mareas desafiantes de Foz do Arelho llevan siglo y medio siendo el lugar de veraneo favorito de quienes creen que la verdadera exclusividad es coincidir todos los veranos con las mismas personas en playas en las que pocas veces sale el sol, el mar está helado y las olas son terriblemente peligrosas. Ser pijo en Portugal es pasar frío en Agosto, vamos.
 

(Somos todos primos)

Pero sin duda la capital del pijerío rural portugués es São Martinho do Porto, cuya bahía de aguas mansas se puso tan de moda entre la aristocracia de principios del siglo XX que quedó conocida como el “Bidé de las Marquesas”. Aunque apenas queda el recuerdo de los elegantes palacios que dominaban su paseo marítimo ni se ven criadas uniformadas llevando torpemente la merienda por la arena, en São Martinho aún restan señales de una clase social que se niega a desaparecer. Los hijos jamás tutean a los padres, las amigas se saludan con un único beso y, como las familias se conocen de toda la vida, los niños tratan a todos los adultos como tío y tía (y de usted, claro). Si te mola este plan para tus próximas vacaciones, recuerda meter en la maleta un par de jerseys bien gorditos, que ya sabes que pasar calor en verano es una ordinariez.
  

Una noticia preciosa 

Este verano no te enviaré ninguna Carta Portuguesa. No te preocupes, que en Septiembre regresaré con más chinchorreos históricos, confesiones familiares y, además, un librito debajo del brazo. Me hace muchísima ilusión contarte que la editorial Mr. Griffin publicará las Cartas Portuguesas en una edición super bonita y delicada coordinada por la queridísima Ana Flecha Marco. Pero este libro nace gracias a vosotros, los mejores y más fieles lectores que una chica de la Raya puede tener. 
 
 

(Obrigada)

Mientras tanto, me voy a dar el gustazo de volver a leer a Eça de Queiróz, comer caracoles con pan alentejano y, claro, disfrutar del mar portugués, la energía que carga mi cuerpo durante el largo invierno madrileño. Este año, sin embargo, cambiaré la Costa Vicentina por el Algarve de las aguas calientes, las noches tórridas y las mejores ostras del mundo.
 

(Ni tan mal)

Este es también el Algarve de las playas alegres, las islas de arena blanca y de los supermillonarios, con sus mansiones en Quinta do Lago, sus yates amarrados en la Marina de Vilamoura y sus hotelazos de tropecientas mil estrellas que vuelven locos a los instragramers de medio mundo. Yo prefiero una casita con jardín y barbacoa donde asar sardinas, beber super bocks heladas y recibir a mis queridos amigos a los que echo tanto de menos. Quizás sea esa la verdadera riqueza.   

Besos veraniegos  de despedida


Si este año viajas al Algarve, por favor no dejes de visitar el espectacular Mercado de Olhão, un alucinante festival de olores y pescados frescos riquísimos. Y ya que hablamos de comida, más te vale ir reservando en Jerónimo e Noelia, una de los mejores restaurantes de Portugal.

Aunque ya sabes que me puedes escribir cuando quieras, no quiero irme sin desearte un feliz verano portugués, sea en el Oeste maravilloso, el Alentejo más pijo o el heroico y frío Norte donde solo se bañan los más valientes.

Y te dejo hoy con una de mis canciones veraniegas adolescentes favoritas, Anel de Rubi, del incombustible Rui Veloso. Porque los portugueses también podemos ser ñoños, romanticones y horteras.  
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Obrigada por leres esta carta. Nos volvemos a ver en Septiembre.

Rita Barata Silvério
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