Los últimos grandes exploradores

La lucha por las fronteras de África 

A mediados del siglo XIX ya nadie en Europa se acordaba de Tordesillas ni de aquel fabuloso Imperio portugués que había dominado todos los mares del mundo. Después de perder la riquísima colonia brasilera, a mi pequeño y atribulado país solo le sobraban un puñado de puestos comerciales en Asia y unas vastísimas pero desatendidas posesiones en la costa africana, a las que la nuevas superpotencias europeas empezaban a echarles el ojo codicioso. 


(Señoros chungos repartiéndose el mundo)

El mundo había cambiado y Portugal ya poco pintaba en el nuevo orden mundial. Belgas, alemanes, ingleses y franceses estaban decididos a repartirse la inexplorada y riquísima África, ignorando los intereses de los portugueses sobre aquellos territorios a los que habían llegado cuatro siglos antes. Para defender sus fronteras contra las embestidas de estos nuevos competidores, el reino portugués contrató científicos, militares y aventureros para consolidar su dominio en sus inmensos y desconocidos territorios africanos. Se cartografiaron selvas, sabanas, ríos y cataratas, se buscaron nuevas rutas y se firmaron acuerdos comerciales con los reinos locales, mientras los exploradores intentaban no morir de malaria o comidos por los leones. 

 
(Lo sé, estoy buenorro)

Las aventuras del estupendísimo Alexandre Serpa Pinto (el guapetón al que dedico el sello de la Carta de hoy) hicieron vibrar al pueblo portugués, que finalmente recuperaba la figura del joven e intrépido héroe capaz de cruzar solo y famélico el continente africano. Cuando los incansables y valientes Hermenegildo Capelo y Roberto Ivens consiguieron unir en una sola ruta Angola y Mozambique, Portugal se vino tan arriba en sus exigencias que Gran Bretaña, nuestro supuesto mejor amigo, empezó a comportarse como un bully macarra y maleducado y amenazó a Portugal con la guerra, la destrucción y las siete plagas del Apocalipsis. Portugal desistió de sus aspiraciones de país importante y sus dominios quedaron reducidos a los PALOP, la actual comunidad africana de países de lengua oficial portuguesa.

Esta humillación histórica, conocida como el Ultimátum Inglés, provocó la caída del gobierno y el fin de la monarquía, inspiró nuestro himno nacional cargado de testosterona y propició la creación del Tercer Imperio, la alucinación colonialista de la dictadura de Estado Novo. Total, nada.

El vuelo del marino brillante        

Las crónicas sobre las hazañas de estos nuevos exploradores inspiraron a toda una generación de jóvenes cartógrafos, topógrafos, geógrafos, naturalistas y biólogos que soñaban con mapear las densas y lejanas selvas del Sudeste Asiático, ser los primeros en llegar al origen de los grandes ríos de África o descubrir exóticas especies de plantas y animales.  

Entre esta nueva estirpe de aventureros estaba el mejor estudiante de la Escuela Naval de Lisboa, Carlos Viegas Gago Coutinho, un chaval apasionado por la orografía, la hidrografía, la etnografía y, sobre todo, la historia de los grandes navegantes. Sus bestiales conocimientos científicos fueron fundamentales para realizar los más relevantes levantamientos cartográficos y geodésicos realizados hasta la fecha en Angola, São Tomé e Príncipe y, sobre todo, en Mozambique.

Allí conocería al que sería su gran amigo y compañero de viaje, un joven militar, geógrafo y astrónomo llamado Artur Sacadura Cabral, que le propondría realizar la gran aventura que cambiaría para siempre sus vidas y la historia de la aeronáutica mundial: cruzar por primera vez en avión el Atlántico Sur, de Portugal a Brasil.

 
(Saca el vino, Arturo)

Pero Gago Coutinho no era un simple aventurero, fue un intelectual excepcional que usó sus estudios en geografía, astronomía y náutica para desarrollar el primer sistema de navegación aérea independiente de la historia. Tras su épica llegada a Río de Janeiro el 17 de junio de 1922, acompañados de una botella de vino de Oporto y una edición original de Los Lusíadas, estos dos hombres brillantes jamás perdieron el estatuto de superestrellas. 100 años después, decenas de calles, plazas, colegios, monumentos, obras de teatro y documentales nos siguen recordando que la condición de explorador nace del arrojo, pero también del estudio, el trabajo constante y de una curiosidad sin límites.

Las dueñas del aire

Cuando se completó aquella primera travesía aérea sobre el Atlántico Sur, una adolescente llamada Maria de Lourdes Braga de Sá Teixeira, decidió que ella también sería aviadora. Para disgusto de su padre y dolor de cabeza de medio Portugal, la valiente Milú fue la primera mujer portuguesa en obtener el título de piloto en 1928, convirtiéndose en la estrella del recién estrenado e influyente movimiento feminista portugués.

 
(Soy la más molona de Portugal)

Maria Amaral, Ana Burnay Aranha o Julia Pestana son solo algunas de aquellas mujeres que en los años 30 y 40 dedicaron su vida a la aviación y de las que, extrañamente, apenas hay registros. Incluso el gran público desconoce la figura de la admirable Isabel Rilvas, aunque su vida sea una colección de récords, reconocimientos y primeras veces. Nacida en 1935, esta señora estupenda fue la primera en casi todo: primera acróbata aérea ibérica, primera paracaidista de Portugal y la primera mujer con el carnet de piloto de globo aerostático.

 
(Eso habría que verlo)

Pero Isabel Rilvas fue, sobre todo, la creadora en los años 60 de las increíbles Enfermeras Paracaidistas, encargadas de llevar la asistencia sanitaria a los soldados portugueses durante la sanguinaria Guerra de África. Durante los 13 años que duró esta terrorífica contienda, 46 mujeres valientes rescataron soldados en medio de la selva, curaron heridas de metralla en hospitales de campaña y leyeron cartas de amor en las lejanas tierras de Guinea, Mozambique y Angola. Terminada la guerra, este cuerpo de enfermeras intrépidas se extinguió, así como la memoria de unas heroínas que se tiraban de aviones para salvar la vida de unos chavales aterrorizados en una guerra lejana y absurda. Por cierto, Isabel Rivas sigue viva.

Un libro (sobre África) de despedida  


Caderno de Memórias Coloniais fue el primer libro de Isabela Figueiredo, una de las autoras más aclamadas y respetadas de la nueva generación de escritores portugueses. Estas "memorias coloniales" son las suyas, descarnadas, violentas y de una sinceridad arrebatadoras.

Y como esta semana seguimos en África, hoy te invito a bailar con este temazo de los talentosos artistas caboverdianos Mayra Andrade y Nelson Freitas.
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.

Rita Barata Silvério
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