Tesoros Portugueses

El Intercambio de las Princesas  

A principios del siglo XVIII la relación entre Portugal y España andaba por las calles de la amargura. La Guerra Sucesión española y las constantes y desastrosas batallas ultramarinas no hacían más que cabrear y arruinar a nuestros queridos y cada vez menos relevantes países. Para poner fin a este Sálvame Ibérico, el nuevo rey español, un Borbón delirante llamado Felipe V, propuso a nuestro João V un tratado de paz y buen rollo llamado el Intercambio de las Princesas, por el que sus hijos Fernando y José, los futuros reyes de España y Portugal, dejarían de ser enemigos para convertirse en cuñados.
 

(¿Quién quiere casarse con mi princesa?)

Así, una mañana fría de Enero de 1729, justo en la frontera entre Elvas y Badajoz, se oficializó el doble matrimonio entre la infanta española Mariana Victoria de Borbón y con el que sería el rey del Gran Terremoto, José I, y la princesita portuguesa Bárbara de Braganza con el futuro Fernando VI de España. Para recibir a la comitiva nupcial compuesta de centenas de criados, 6.000 soldados y 185 carruajes forrados a oro, el multimillonario João V mandó construir en medio de la dehesa rayana un gigantesco palacio de madera sobre el río Caya, con arcos triunfales y fuentes barrocas tan chulas como carísimas y absurdas. 

 
(Fiestón en Badajoz)

Algunos de los extravagantes y opulentos carruajes que llevaron a los hermanos Bárbara y José de Braganza a su boda con los Borbones en el Alentejo están custodiados en el Museu Nacional dos Coches, en la que es considerada la más rica y fabulosa colección de carrozas, berlinas y coches antiguos del mundo. Un museo mandado construir por la última reina de Portugal y donde se expone el Landau del Regicidio, el carruaje en el que fue asesinado en 1908 su marido, el rey Don Carlos I. Y es que la Historia de un país no solo se cuenta en los libros.

La Historia de los tesoros perdidos

Después de 226 años de obras, se ha inaugurado finalmente en el Palacio de Ajuda de Lisboa el Museo del Tesoro Real, con toda la pompa y solemnidad que requiere un expolio que vale miles de millones de Euros. En una cámara acorazada y con medidas de seguridad más propias de una película de James Bond, pepitas de oro y diamantes traídos del Brasil colonial, cajitas de tabaco decoradas con esmeraldas, pendientes de zafiro y diademas de diamantes, son expuestos con el mimo, la protección y el cuidado que este tesoro portugués se merece. 

(Un discreto lacito de esmeraldas)

Porque durante los 700 años que duró la Monarquía portuguesa miles de joyas de la Corona desaparecieron en cataclismos naturales o fueron robadas por amantes de príncipes absurdos, pignoradas por reinas con problemas de juego y perdidas en vergonzosas herencias, como la magnífica tiara de nuestra querida María II que el Estado portugués ha sido incapaz de recuperar. Uno de nuestros misterios más flipantes fue la desaparición de la diadema de 4000 diamantes que el rey más guapo de Portugal, Pedro V, le regaló a su virginal esposa, la princesa alemana Estefanía en 1858. La reina murió virgen, el rey de pena y de la pedazo de diadema nunca más se supo. 

 
(Dónde estará mi corona)

Pero no hay historia que nos dé más vergüenza que el espectacular robo de las valiosísimas joyas que Portugal cedió a un museo holandés en 2002 y que nadie supo proteger. Los seis millones de indemnización sirvieron para financiar las obras del nuevo y fortificado Museo del Tesoro, pero jamás más volveremos a ver aquellas piezas únicas de oro y diamantes que nos pertenecían a todos los portugueses y que nunca debieron salir de casa.  

Tesoros muy escondidos 

En Estremoz, la pequeña ciudad alentejana en la que nací, hay un precioso museo de mármol dedicado a una técnica alfarera centenaria, los Muñecos de Estremoz, de la que aún viven pocas familias y que es tan única en el mundo que merece la protección de la UNESCO. Y es que los tesoros de un país no son solo diamantes y zafiros excepcionales. La riqueza de un pueblo reside en cómo protegemos nuestra casa, nuestras tradiciones, el habla y la comida, tesoros que deben ser guardados porque son la única herencia que tendrán nuestros hijos.  


(En Estremoz, el Amor es Ciego) 

Desde el impresionante parque de Foz Côa, donde los preciosos grabados rupestres se salvaron de ser inundados por una central hidroeléctrica gracias a la unión entre arqueólogos y la población rural, al Museo de la Lana en las Beiras, pasando por el Centro de Interpretación de la Cultura Sefardí en Bragança, por todo Portugal subsiste una red de museos que llevan años protegiendo nuestra historia milenaria de la desidia, la furia especulativa y la falta de interés comercial.



De todos ellos, hay cerca de Oporto un museo tan emocionante como necesario, el Marítimo de Ílhavo, que nos recuerda la heroicidad de los miles de hombres que fueron reclutados por la dictadura de Salazar para pescar bacalao en las lejanas y heladas aguas de Groenlandia. Solos en barcazas de madera, rodeados de icebergs y acechados por ballenas y submarinos nazis, el durísimo esfuerzo de estos hombres anónimos merece ser honrado y respetado, como el verdadero tesoro del país que queremos ser.  

Un tesoro natural de despedida


Ya que hablamos de tesoros, si estás pensando viajar en verano a Portugal te recomiendo que visites el Parque Natural de Arrábida, muy cerquita de Lisboa y con unas de las playas más bonitas del país.

Y porque ya estamos en Junio, el mes en el celebramos los Santos Populares, te dejo con los maravillosos Deolinda y su Um contra o outro. Y que viva el mes de Junio!
*|END:WEB_VIDEO|*
Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.

Rita Barata Silvério
Y ya sabes, si te ha gustado, recomiéndanos.
Si te gustan las Cartas Portuguesas, suscríbete y recomiéndala.