Orgullo Portugués

Armarios reales  

Pedro I fue un rey muy medieval y muy machote que quedó para la Historia por protagonizar el trágico romance con Inés de Castro, una chavala cuyo asesinato provocó una de las venganzas más bestiales y gores de nuestro pequeño país. Pero también dicen las crónicas de la época que el gran Pedro amó, y mucho, a Afonso Madeira, un joven escudero que la lió pardísima cuando se enrolló con una damisela de la corte. El rey, en un ataque de celos nunca visto, “le mandó cortar aquellos miembros a que los hombres tanto aprecio tienen”. Dudo que después de eso le resultara fácil encontrar otro novio.
 

(A mí nadie me pone los cuernos)
 
Estas crónicas sobre los amores con mancebos no pasaron de excepciones; al fin y al cabo, nadie quería acusar a un rey de cometer un delito castigado con la hoguera. Pero no siempre se consiguió guardar la homosexualidad de la Monarquía portuguesa dentro de los armarios de palacio. Nuestro querido Infante Dom Henrique (sí, el de los Descubrimientos), lloró durante tanto tiempo la muerte de su novio que su padre João I le tuvo que ordenar contención y decoro en el luto y que, por favor, dejara de pedir como regalo de cumpleaños hermosos esclavos traídos de África.
 

(Mami, yo soy guapo)

La sospecha de la homosexualidad de los monarcas también ha servido para chinchorrear, calumniar e incluso derrocar a reyes ineptos. Al desgraciado Afonso VI, no le bastaba ser medio cojo e impotente: todo el país rumoreaba sobre sus indecentes aventuras con un genovés buenorro y claramente caradura, que logró que al pobre Alfonso le quitaran el trono y lo encerraran para siempre. Y de João VI, el rey que escapó a Brasil, se decía que compensaba su escasa vida marital con la ayuda de un masturbador real. Y tan contento, oye. Tampoco escapó de las malas lenguas republicanas la última reina de Portugal, Dona Amélia, que pasó el resto de su vida en el exilio acompañada, eso sí, por su querida e íntima Condesa de Figueiró. Hay amistades que duran más que los matrimonios.

La Inquisición y los amores prohibidos

Desde su llegada a Portugal en el siglo XVI, la Inquisición se dedicó a perseguir con todo su santo ahínco el delito favorito de los moralistas, la sodomía. Se cree que hasta cuatro mil hombres, desde marinos a esclavos, pasando por soldados, curas y sobre todo chicos pobres fueron denunciados, juzgados, deportados o ejecutados por practicar el más “nefando de los pecados”. La mayoría de estas sentencias crueles e injustas están custodiadas en nuestro Archivo Nacional, testigo preciosísimo de todas nuestras glorias y vergüenzas. Los errores de hoy son lecciones del mañana, por muchos vientos retrógrados que nos amenacen.
 

(Planazo en la plaza)

La pureza de la masculinidad lusitana no fue, obviamente, la única obsesión de los inquisidores. Las llamadas prácticas sáficas fueron también castigadas, aunque con menos intensidad, ya que a la Iglesia le incomodaba más que las señoras fueran brujas que lesbianas, quizás porque la sexualidad femenina (y sus mecanismos) ha sido siempre un misterio insondable para los hombres que usan faldas. En el anonimato y recogimiento de conventos e iglesias miles de mujeres se amaron discretamente, documentando sus relaciones en deliciosos poemas supuestamente místicos que traían por la calle de la amargura a obispos y confesores.
 


Pero no todas pudieron huir del acoso del Santo Oficio, cuyo poder fue ilimitado en todo el Imperio Ultramarino portugués hasta el siglo XIX. En 1592 la portuguesa Felipa de Souza fue juzgada, azotada y desterrada de Salvador Bahía por el “crimen vergonzoso y anormal” de haber tenido relaciones sexuales con varias mujeres sin que mostrara ningún remordimiento. La memoria de esta mujer valiente y honesta que sufrió todas las humillaciones posibles perdura cinco siglos después en el premio que lleva su nombre otorgado por la Comisión Internacional Gay y Lésbica de Derechos Humanos.

Señoras buscando su sitio 

Las primeras décadas del siglo XX trajeron a Portugal el fin de la Monarquía, los movimientos feministas, las apariciones de Fátima y la publicación de los primeros libros de temática abiertamemte homosexual considerados tan inmorales que provocaron secuestros, polémicas e incluso la dimisión de un Presidente de la República, Manuel Teixeira Gomes, más interesado en la literatura homoerótica que por el gobierno del país.


(Judith, la Magnífica)

Pero nada fue comparable al escándalo causado en 1923 por Decadencia, de Judith Teixeira, la primera escritora modernista portuguesa cuyo libro fue quemado por brigadas histéricas de estudiantes papanatas. Ella, que había sido famosísima, directora de revistas y respetada escritora, fue insultada e ignorada por los que habían sido sus colegas, muriendo sola y con su historia borrada, como una sombra en el mundo.

 

Más suerte y reconocimiento tuvieron mi super favorita Virginia Quaresma y la superlativa Olga Moraes Sarmento, intelectual total, librepensadora y amiga de todo el pijerío lésbico de París, de donde huyó tras la llegada de los nazis con su novia, una baronesa estupenda de la familia Rothschild. Por favor, que alguien escriba sobre estas mujeres. No se puede ser más guay. 

Un poema de amor urgente de despedida


Hoy, que las Cartas Portuguesas cumplen dos años, me despido de ti con Urgentemente, el poema más necesario del gran Eugenio de Andrade.    

Es urgente el Amor,
Es urgente un barco en el mar.

Es urgente destruir ciertas palabras
odio, soledad y crueldad,
algunos lamentos, muchas espadas.

Es urgente inventar la alegría,
multiplicar los besos, las cosechas,
es urgente descubrir rosas y ríos
y mañanas claras.

Cae el silencio en los hombros y la luz
impura, hasta doler.
Es urgente el amor,
Es urgente permanecer.


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Y como no podía dejar de ser, hoy toca cantar el verdadero himno gay portugués, O Corpo é que paga, de Antonio Variações. Y que viva el respeto, la libertad y el amor. 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.

Rita Barata Silvério
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