Sé de un río 

El río que vio nacer un país 

“Érase una vez Portugal, un pequeño país donde caben 10 millones de seres humanos, 900 kilómetros costa, una centena de sierras, 62 razas autóctonas y una frontera de 1200 kilómetros hecha por montes, barrancos, arribes y el surco de los ríos compartidos con España. Son el Lima, el Miño, el Duero, el Guadiana y el Tajo, los llamados ríos internacionales, que llevan 900 años sirviendo como línea defensiva, pero también como fuente de riqueza y entendimiento entre ambos países. 
 

(Almourol es guay)

El Tajo, el más extenso de todos nuestros ríos ibéricos, se convierte en Tejo cuando llega a mi querida Beira Baixa. Allí, en el Parque Nacional del Tejo Internacional, comienza su viaje portugués, surcando las fortalezas medievales que hoy sirven como memoria de las batallas y trifulcas que dieron lugar al nacimiento del reino de Portugal en el XII, cuando una princesita llamada Teresa, a quien su padre el rey del León le regaló un trozo de tierra llamado Portucale, se hartó de ser sólo condesa y quiso ser reina total.


(que si quiere bolsa)

Y como un condado no se independiza solo, Teresa llamó al Equipo A del medievo, los Caballeros Templarios, para que le echaran una mano y así ganarle tierras a los reinos de taifas musulmanes que ocupaban las tierras en la cuenca del río Tejo. Adivina quién ganó.
 

(Tomar es lo más)

Así, durante la Edad Media, las riberas del Tejo y las de sus afluentes se llenaron de asombrosos y preciosos castillos, como el los de Abrantes, Almourol o Dornes, formando lo que ahora se conoce con el pomposo nombre de la Ruta de los Templarios. Y aunque de misteriosa y legendaria esta ruta tiene muy poco, es bonita a rabiar y, lo que me flipa mucho, solo conocida por el viajante enamorado por la vida lenta del interior. Puede que allí no encuentres el Santo Grial, pero solo pasear por el flipante Convento de Cristo en Tomar ya es, en sí mismo, una experiencia religiosa. 

Las ricas huellas del Tejo 

En su camino hacia el Atlántico, el río Tejo se vuelve plácido y su cauce inunda las fértiles tierras del Ribatejo, posiblemente la región más castiza de Portugal, donde pastan en libertad los enérgicos toros bravos y el bellísimo caballo lusitano, nuestro pura sangre portugués.

  
(Hola, que haces)

En la lezíria ribatejana, el dueño y señor del campo es el campino, nuestra versión molona y folclórica del vaquero, a quién se dedican todos los años las fiestas con los nombres más simpáticos de Portugal, como la Festa do Barrete Verde o la del Colete Encarnado
 
  
(Midnight Cowboy cañí) 

Pero no hay nada que supere la multitudinaria Feria del Caballo en Golegã, que concentra el mayor número de carruajes, corceles, sombreros y capotes por metro cuadrado. Durante una semana esta pequeña ciudad en el centro de Portugal se convierte en la capital del agro-pijerío nacional, en una celebración desacomplejada de la tradición ecuestre y rural que se niega a desaparecer. Ya puedes ir reservando, porque es divertidísima. 
 


(No entiendo que no estés ahora em Santarém)

Las ciudades ribatejanas, con sus fincas e imponentes casas señoriales, son luminosas y prósperas, gracias a la fecundidad de sus tierras regadas por el río Tejo. Pero como Santarém no hay ninguna. Desde el planalto donde reside orgullosa y altanera, puede presumir de haber sido fundada por el hijo de Ulisses, haber dado cobijo a fenicios, romanos y árabes y sobre todo, ser la verdadera Capital del Gótico portugués. Casi nada.. 

El río global 

Y finalmente, después de mil kilómetros, el Tejo llega a Lisboa. Sus aguas se vuelven de un azul vibrante y parece que sus olas mecen las riberas de la ciudad con un mimo cariñoso y delicado, como si fueran novios. Y es que el río lleva cuidando de Lisboa miles de años, regalándole comercio, lujo y, sobre todo, cosmopolitismo. 


(Lo sé)
 
Porque Lisboa siempre ha sido una ciudad global. Gracias a la dimensión verdaderamente internacional del comercio portugués, se cree que más del 15% de la población lisboeta era extranjera en el siglo XVI, proveniente de lugares tan dispares como Timor, Pernambuco o la India, haciendo de Lisboa la ciudad abierta, tolerante y generosa que aún es hoy.   


 
Pero el mismo Tejo que ama Lisboa también ha sido capaz de traerle las mayores de las miserias. El río no solo dejó entrar las terroríficas olas del tsunami que en 1755 arrasó la ciudad, como permitió que la invadieran piratas, tropas francesas e incluso el Duque de Alba. Ni siquiera la Torre de Belén fue capaz de defenderla. Pero eso ya es una historia para otra Carta Portuguesa.

Un fado de despedida 
 
Si estás en Madrid el próximo miércoles 25 de Enero, deberías conocer a la increíble Joana Vasconcelos en las charlas del Club Matador.

Pero si lo tuyo es Barcelona, el día 30 de Enero me vas a tener en la Factoría Martínez, hablando de Portugal, Lisboa y cosas chulas. ¿A qué mola? 

Y porque esto va del Tejo y de Lisboa, no puedo evitar despedirme de ti con Camané y con el fado que da nombre a esta carta: Sei de um rio
 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.
Rita Barata Silvério
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