La Fiesta de los Niños

Los niños como moneda

Érase una vez un príncipe y una princesa que vivían en un castillo alentejano con vistas al río Guadiana, vigilados día y noche por una dama de alta alcurnia y de porte severo que durante dos años los tuvo confinados, incomunicados y prohibidos de ver a sus padres. Pero ni la noble que los custodiaba era una bruja maléfica y desdentada, ni los críos la versión ibérica e infeliz de Hansel y Gretel, sino los principitos Alfonso e Isabel, primogénitos de Juan II, “Príncipe Perfecto”, y de los Católicos Isabel y Fernando. 
 

(Qué la mala no soy yo, ¡pesados!)

Estos reyes, tan magnánimos y estudiados hoy como si fueran la última cocacola del desierto, encerraron en 1481 a sus hijos de 6 y 11 años en una fortaleza medieval como garantía del importantísimo Tratado de Alcáçovas, por el que ambos reinos se repartían los territorios conquistados en el Atlántico, se cargaban de una vez por todas las aspiraciones de la pobre Beltraneja y, como no, prometían a los chiquillos en matrimonio. Angelitos, tan pequeños y con tanta responsabilidad. 
 

(A dos velas me he quedado)

Y es que la aristocracia portuguesa utilizó durante siglos a miles de niños para ampliar fortunas, reivindicar apellidos y unificar intereses, en ese complicado mundo de los adultos en los que la diplomacia y el ansia de llenar los cofres de la Corona pesaban más que los afectos. Fue el caso del pequeño duque Teodosio de Bragança, que con 10 años fue enviado a luchar en la inútil batalla de Alcácer-Quibir, o de la infantita barroca Maria de Avis, que era tan estúpidamente rica que su hermano el rey prefirió que muriera soltera y entera a que su fabulosa herencia cayera en manos de pérfidos nobles extranjeros. Felizmente ese mundo ha cambiado, menos dentro de las páginas del ¡Hola!

Portugal dos Pequenitos 

Aunque digan que la infancia es un concepto reciente, los niños sapiens llevamos jugando desde que tenemos conciencia de especie. Las risas, la levedad de los días y la feliz sensación de perder el tiempo han salvado a millones de niños de las durezas de la Historia, llenando los museos portugueses de reliquias absolutamente deliciosas que han servido para crear un imaginario que no hacen a mis hijos tan diferentes de los chavales de la Bracara Augusta romana. 

 
(No sé qué dices de la Play)

Los juguetitos del Al Garbe musulmán con sus ajuares diminutos y sus muñequitas embarazadas, los barquitos de corcho con los que los niños jugaban en las fuentes de la Lisboa del siglo XVII o las preciosas peonzas barrocas nos llevan a ese Portugal privado, ancestral y familiar, que nos recuerdan que no hay nada más democrático que un niño con pedazo de tela, madera o cáñamo en las manos.
 

(Anda que no mola, por favor)

En este imaginario infantil que compartimos millones de portugueses, nada supera el Portugal dos Pequenitos, ese curioso parque de atracciones de la portugalidad que ideó la dictadura de Salazar y que aún sigue haciendo las delicias de todos los niños de mi país, que no dejan de flipar con las maravillosas casas regionales, jardines y parques diminutos, como si el mundo se hubiera encogido para ellos, en una especie de homenaje definitivo a lo mejor que hay en el mundo: as crianças.

Navidades lejos de casa  

Falta una semana para el Natal, la fiesta que más estremece este corazoncito mío, que se llena de recuerdos de aquellas vacaciones en Leiria, donde mi hermana y yo celebrábamos, pequeñitas y lejos de casa, la Navidad con los abuelos, tíos y primos paternos, en una competición de regalos, historias increíbles que contaba nuestro querido Tio Fernando Gaspar y unos postres navideños que dudo que mi abuela cocinara.
 

(Leiria, capital de mi Navidad litoral)

Este año me espera en Espinho una mesa generosa de bacalhau, coles, aceite y vino tinto, una tradición del Norte portugués que he aprendido a querer, porque de eso trata la Navidad, de amar lo que creemos extraño y lejano. Y, sobre todo, de sentirnos bienvenidos donde nos reciben con el corazón abierto.  



Te deseo um Santo Natal y te doy las gracias, una vez más, por hacer de las Cartas Portuguesas la casa donde me apetece volver cada quince días. Obrigada por acompañarme en este viaje genial de historias, músicas y recuerdos. Nos vemos en 2023.

La típica canción de despedida


Estoy especialmente tontorrona este año. Ya sabes, lo del libro de Cartas Portuguesas. Si no lo has comprado, aún vas a tiempo. Sé original y haz a tus tías, novias y amigos invisibles un regalo a la altura.

Te dejo, un año más, con el guapo/divino/genial David Fonseca y una de sus divertidas versiones navideñas. Nos vemos en 2023, que será un año genial, lo sé. El futuro es siempre el mejor regalo.
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo en 2023.

Rita Barata Silvério
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