La Perla del Atlántico

El bosque mágico de la Laurisilva 

 En 1418 los aventureros João Gonçalves Zarco y Tristão Vaz Teixeira salieron de Lisboa decididos a luchar contra los piratas berberiscos en la costa africana cuando una tormenta terrible les pilló en mitad del océano, y arrastró sus destartaladas carabelas hacia una isla deshabitada que les salvó de una muerte segura. Como (casi) todo lo importante en la Historia de Portugal, el fado, ese destino caprichoso que nos mueve sin sentido aparente, llevó a los navegantes portugueses hasta la orilla de una de las islas más especiales del Atlántico, Madeira, el asombroso tesoro prehistórico de los mares atlánticos. 
 

(Cuándo dices que tenemos otra vez vacaciones?)

Los primeros portugueses que la habitaron en el siglo XV se encontraron con una isla insultantemente exuberante, con sus montañas cubiertas de una bruma mística y una espesa floresta tropical con más de 20 millones de años, con el silencio roto sólo por el susurro de codornices, palomas y pavos reales. Es el bosque mágico de la Laurisilva, que aún hoy ocupa, con sus 11 millones de árboles, el 20% de la isla y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO como recuerdo de los regalos ancestrales de la Tierra que habitamos.
 

(Para perderse)

Estas tierras volcánicas y fértiles que resisten desde el periodo Terciario fueron el nuevo hogar de familias venidas del norte de Portugal, que talaron valles, construyeron más de 2.000 kilómetros de levadas, esos ingeniosos canales de agua que desde el siglo XVI cruzan la isla y que permitieron el cultivo del trigo, la caña de azúcar y la viña. El trigo atrajo miles de agricultores, con la caña de azúcar llegaron los esclavos arrancados de África y gracias a las vides nació uno de los caldos más famosos del mundo, el vino de Madeira, la bebida favorita de George Washington y de los rebeldes americanos en la guerra contra los ingleses, que a su vez se ponían finos con el vino de Oporto. Portugal siempre ha tenido una extraña manera de estar presente en la Historia de las naciones, aunque sea dentro de una copa de cristal. 

Terapia frente al mar

Mientras que las almas sensibles del norte de Europa peregrinaban al Mediterráneo en busca de la belleza clásica perdida (sí, yo también he leído a María Belmonte este verano), la isla de Madeira fue elegida en el siglo XIX como el destino de invierno favorito del pijerío inglés y alemán aquejado de tuberculosis, asma, melancolía o puro aburrimiento. Condes, señoras bien y niñas con riesgo de descarrío amoroso huían de los meses fríos en el Mar de Norte hacia las hermosas fincas de jardines frondosos y vistas al mar infinito, donde disfrutaban de un clima cálido, aire puro y paseos lánguidos por los acantilados.

 
(Curando catarros)

Estos primeros turistas terapéuticos tuvieron un papel fundamental en la promoción de la incipiente industria turística de Madeira. Para ellos se habilitaron hostales y casas de reposo, se arreglaron caminos y se empezaron a escribir los primeros libros de viajes sobre el esplendor natural de la isla, la hospitalidad de sus gentes y lo beneficioso de su meteorología, animando a naturalistas, geólogos y botánicos a explorar la isla, mientras que la nobleza europea hacía maletas rumbo a aquellas remotas tierras atlánticas para no perderse el place to be de los ochocientos.  
 

(Sissi dándolo todo en Madeira)

Las largas vacaciones en Madeira de aquellos ilustres viajeros dotaban a la isla de un aura exclusivo y un tanto extravagante. Romanovs exiliados y sin un rublo, una princesa belga que sería emperatriz de México, la intensita y bulímica emperatriz Sisi y el último emperador de Austria, la historia de Madeira de finales del siglo XIX es también la historia de una Europa en profundo cambio, en la que mientras imperios y reinos se desintegraban aún existía intacta una isla rodeada de bruma donde las enfermedades se curaban respirando aire fresco y las señoritas podían vivir apasionantes historias de amor durante unas vacaciones eternas entre los bosques mágicos de la laurisilva.

Madeirenses por el mundo

El puerto de Funchal lleva desde el siglo XVI siendo testigo de la incesante migración de los madeirenses a todos los rincones del mundo, a veces en busca de acariciar la diosa Fortuna y, la mayoría, huyendo de las terrible fatigas de la vida. Y es que el siglo XIX fue especialmente duro para la “Perla del Atlántico”. Crisis económicas, plagas que arruinaron cultivos, un desempleo galopante y unos años de terribles hambrunas empujaron a miles de personas a embarcarse en navíos a vapor hacia los rincones más alejados del planeta, como Brasil, las Antillas Holandesas, Canadá o California.


(Diversión portuguesa en Massachusetts)

Se unieron a las flotas de la pesca del bacalao en Terranova, perfeccionaron las técnicas del cultivo de la caña de azúcar en Trinidad y Tobago y se llevaron sus fiestas con nombres rimbombantes como las del “Santísimo Sacramento” a sitios tan improbables como New Bedford, Massachusetts, en las que aún hoy se siguen matando la saudade de casa escuchando canciones de cantaban sus abuelos mientras se come la típica espetada madeirense acompañada por la dulce poncha
 

(Los Rolling de Honolulu)

Lo que jamás imaginarían los madeirenses es que muchos de ellos encontrarían una segunda oportunidad en medio del Océano Pacífico, en las exóticas islas de Hawaii. Respondiendo a la llamada del rey Kamehameha V, desesperado por solucionar la crisis demográfica que había dejado sus islas sin mano de obra para el cultivo de sus tierras fértiles, entre 1878 y 1912 decenas de miles de personas salieron de Madeira hacia Honolulu, donde les esperaban contratos de trabajo, sueldos dignos y atención médica garantizada. A cambio los madeirenses se llevaron sus recetas, sus delicados bordados y una guitarrita ridícula que se convertiría en el irritante ukelele. Pobres hawaianos. 

Una cantante increíble de despedida
 

Una cantante increíble de despedida 


Vuelve el Festival de Madrid, el próximo día 24 de Septiembre, en el Teatro Real, con los conciertos de Raquel Tavares, que canta que es gloria bendita, y la hiper famosa Mariza. Nada mal para empezar el Otoño.

La semana pasada el grandísimo Caetano Veloso fue investido doctor "honoris causa" por la Universidad de Salamanca. Después dio un concierto en Madrid y se fue a cenar con Almodóvar. Si no te invitaron a ninguno de estos eventos, te dejo con una de mis canciones favoritas, Sampa.

Y hoy despido esta primera Carta Portuguesa después de las vacaciones con la jovencísima y sorprendente Ana Lua Caiano, que compone, toca, canta, produce sus discos y se basta a sí misma sobre el escenario. Y sólo tiene 24 años. Qué maravilla. 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de un mes.
Rita Barata Silvério
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