Los Reyes del Balón

Una Eurocopa con sabor portugués


En junio de 2004, mientras Lisboa celebraba en sus barrios históricos la fiesta del Santo más cachondo de Portugal, San Antonio, miles de extranjeros aterrizaron en Portugal para asistir a uno de los eventos deportivos más importantes del mundo, la Eurocopa de Fútbol.
 
Ese verano de 2004, pequeñas capitales de provincia como Leiria, Guimarães o Braga recibieron a casi un millón de aficionados demostrando una capacidad de organización insólita para un pequeño país poco acostumbrado, hasta entonces, al turismo de masas. A nadie le pareció importar los millones de Euros gastados en estadios de fútbol cuyo coste jamás sería amortizado; todos estaban demasiado ocupados en dar servicio a los miles de hinchas ingleses que se emborrachaban en el Algarve o a los fornidos aficionados holandeses que ligaban con las surfistas en las playas de Aveiro 

 

A medida que nuestra selección eliminaba a sus rivales, una ola de fervor nacionalista iba atravesando el país: las ventanas se llenaron de banderas portuguesas, el himno se cantaba cada vez con más potencia en los bares y las plazas, hasta que el 4 de julio Portugal llegó a la gran final contra Grecia. Nos sentíamos imbatibles, eufóricos, los amos de Europa. Pero como decía el gran João Pinto “prognósticos, solo al final del partido” y Portugal, la gran favorita, perdió contra una selección por la que nadie daba un duro. Las banderas se plegaron, las voces se enmudecieron y el furor se enfrió. Por lo menos hasta 2016.
 
El 11 de julio de 2016 Portugal volvió a disputar otra final de la Eurocopa, esta vez contra la super poderosa Francia. En París, miles de aficionados portugueses, la mayoría de ellos emigrantes que llevaban años lejos de casa, gritaron, se abrazaron y lloraron con aquel portentoso gol de Éder que nos hizo, por fin, campeones de Europa. Portugal, tras años de humillaciones y sacrificios impuestos por la Troika, de rescates y recortes, volvió a sentirse la dueña de un futuro que solo podía ser prometedor. Esa es la magia del fútbol, el deporte que nos hace volver a creer que podemos ser invencibles.
 
El deporte más democrático del mundo


Para jugar al fútbol solo hace falta una pelota, alguna destreza y muchas ganas de marcar goles. No hay nada más emocionante que ver a una pandilla de niños que se creen las mayores estrellas del mundo jugando en una playa con balones de plástico y porterías hechas con toallas y arena.
 
Este espíritu democrático poco tiene que ver con sus orígenes aristocráticos en aquel Portugal de finales del siglo XIX cuando los hermanos Pinto Basto se trajeran un balón de Inglaterra para enseñarles a sus amigos de Cascais a jugar al football. Fue solo con la llegada de la I República que su práctica se volvió verdaderamente popular, impulsada por la aparición de los periódicos deportivos y el nacimiento de los primeros equipos locales a norte y sur del país, como el Grupo Sportivo de Carcavelos, Braço de Prata, Real Ginásio Clube Português o el Porto Cricket. Y aunque ninguno de ellos ha resistido al peso de la Historia, ayudaron a crear la devoción por un deporte que trasciende la religión o el amor al país y que es capaz de movilizar a barrios y ciudades enteras como si de un ejército en pantalones cortos se tratara. 

 
(Los jugadores de la Académica)

El Futebol Clube do Porto, el Sporting y mi Glorioso Benfica son estandartes monumentales de este deporte fabuloso que contribuye para el PIB con más de 500 millones de Euros al año y alrededor del cual se ha creado una red de influencias, escándalos políticos y todo tipo de corruptelas que avergüenzan a cualquiera que ame el fútbol. Aún así, en un universo de ligas galácticas y sueldos astronómicos, sigue resistiendo un club defiende orgullosamente los valores universitarios del trabajo en equipo, la honestidad y la responsabilidad social. Es la Académica de Coimbra, que ahora juega en la II División y que a finales de los 60 fue el abanderado de la lucha estudiantil contra la dictadura de Salazar. Grande Briosa!

Ídolos con balones en los pies
 
Aunque Fernanda Ribeiro sea la atleta portuguesa que más medallas ha ganado en los Juegos Olímpicos y Saramago siga vendiendo libros como churros incluso después de muerto, el estatuto de superestrella en Portugal está reservado a los jugadores de fútbol. Unos chavales que sacrifican su infancia por una vida profesional cortísima y que la mayoría de las veces queda truncada por lesiones, malos agentes y estadios de tercera división. Si pocos rozan la gloria, solo un puñado de ellos serán recordados en las crónicas apasionadas de los grandes periodistas deportivos.

Porque el gran jugador de fútbol es aquel que, además del balón, domina el relato de su éxito. Eusebio, a quien dedico el sello de esta Carta, se erigió como mito gracias no solo a sus casi 900 goles marcados con el Benfica y la selección portuguesa, sino por la imagen de hombre humilde y generoso que ha inspirado a centenas de futbolistas portugueses durante décadas. La llamada Generación de Oro, compuesta por jugadores tan brillantes como Rui Costa, Abel Xavier y el inabarcable Luis Figo es heredera de aquella Pantera Negra cuyos restos descansan en el nuestro Panteón Nacional junto a Vasco da Gama, Amalia Rodrigues y la divina poeta Sophia de Mello Bryener.   

 

Pero no hay mayor astro que Cristiano Ronaldo, aquel niño delgaducho de un barrio miserable de Madeira cuya capacidad de superación y sacrificio absolutamente titánicos le ha llevado a ser una de los personajes más famosos del mundo. Desde que llegó al Sporting de Lisboa con 12 años, toda su vida deportiva ha sido una acumulación de premios, récords y títulos, como si compitiera contra sí mismo y un destino miserable. Incapaz de rendirse jamás y dueño de un altruismo del que nunca presume, Cristiano Ronaldo es un portento insuperable. Ahora molaría que nos consiguiera esta Eurocopa, que para eso es el mejor jugador portugués de todos los tiempos.  
Un aniversario de despedida

Hace un año, envié la primera de las Cartas Portuguesas.  Y ya van 26!
Obrigada por acompañarme en esta aventura que me ha descubierto historias insólitaslibros de recetas increíbles y cantantes que me vuelven loca. Ojalá te lo pases tan bien leyendo las Cartas como yo escribiéndolas.

Por cierto, ya tengo una nueva playlist veraniega en Spotify!

Y como hoy no me aguanto de las saudades de mi Lisboa y de mis gentes, me despido de ti con el más talentoso de los fadistas, Camané, y su delicado Sei de um rio. No puede ser más bonito.  

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Te escribo dentro de quince días.
Obrigada por leres esta carta.

Rita Barata Silvério
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